Robin West, de 17 años, es una rareza entre sus compañeros: no tiene un teléfono inteligente.
En lugar de hacer scroll por aplicaciones como TikTok o Instagram durante el día, esta joven utiliza el llamado «teléfono tonto».
Son teléfonos básicos, con una funcionalidad muy limitada en comparación con un iPhone, por ejemplo. Por lo general, solo pueden hacer y recibir llamadas y enviar mensajes de texto.
Si hay suerte, sirven para escuchar la radio y tomar fotos muy básicas, pero definitivamente no se conectan a internet ni a las aplicaciones.
Estos dispositivos son similares a algunos de los primeros teléfonos que la gente compraba a finales de la década de 1990.
La decisión de West de deshacerse de su antiguo teléfono inteligente hace dos años fue un impulso del momento.
Mientras buscaba un teléfono de reemplazo en una tienda de segunda mano, se sintió atraída por el precio bajo de un «teléfono ladrillo».
Su móvil actual, de la firma francesa MobiWire, le costó casi US$9. Como no dispone de la funcionalidad de un teléfono inteligente, no tiene que preocuparse por una costosa factura mensual de datos.
«No me di cuenta de cuánto se apoderaba de mi vida el teléfono inteligente hasta que compré un ladrillo», asegura.
«Tenía muchas aplicaciones de redes sociales y no trabajaba tanto porque siempre estaba en el teléfono».