Nunca busqué ser un abogado en divorcio. En 2001 trabajé en un pequeño bufete con un socio haciendo “abogacía de puertas abiertas”, es decir, manejábamos cualquier tipo de caso que se presentara. Una mujer a la que representé en un caso de lesiones llamó un día y me preguntó si podía ayudarla con su divorcio. Tomé el caso y le dije que aprendería por mi cuenta la parte de la ley familiar relacionada con el divorcio.
Ella les contó a sus amigas, y pronto tuve tantos casos que decidí dedicarme únicamente a esa área. En los 20 años que siguieron trabajé con alrededor de 1,000 parejas y asesoré a miles más. Lo he aprendido todo sobre el divorcio, desde cómo lidiar con complicados aspectos financieros hasta cómo resolver el tema de la custodia y la pensión alimenticia.
Al tener una visión privilegiada de los matrimonios que no funcionan, también he aprendido mucho sobre lo que hace que los matrimonios sí funcionen. Quizás como un médico que aprende mejor cómo mantener la salud al atender a pacientes enfermos. Estos son algunos de los problemas más comunes que he visto en mi práctica.
INFIDELIDAD = DIVORCIO
Esta parece ser la razón más directa para un divorcio: alguno de los cónyuges engañó al otro.
Pero, en mi experiencia, la infidelidad suele ser un síntoma y no la enfermedad. Aparte de los adúlteros patológicos, que engañan a sus parejas por la emoción que les hace sentir, en mi experiencia con los clientes la mayoría de las personas que engañan a su cónyuge lo hacen porque no encuentran intimidad en su relación.
En todos mis años como abogado de divorcios he visto muchas razones para el engaño. Puede ser que la pareja haya dejado de amarse, y que el miembro adúltero encuentre una relación que le dé la intimidad que desea. Algunas personas usan una aventura como una salida de emergencia de su matrimonio, como una manera de ponerle fin sin decir que eso es lo que realmente querían.